El evolucionismo afirma que las pequeñas modificaciones aleatorias en el
código genético pueden ir transformando paulatinamente una especie en otra más
aventajada, a través de pasos sucesivos viables. Y nosotros nos lo creemos.
Nos lo creemos porque no tenemos una idea muy clara de qué es y cómo funciona un código genético, y eso de los “pasos
sucesivos” no deja de formar parte, de alguna manera, de nuestra cultura
audiovisual, después de tantas recreaciones artísticas en las que claramente hemos
visto cómo un pez se transforma en reptil y luego en mamífero de una forma muy
convincente. Son conceptos difusos y lejanos que damos por buenos porque no
pertenecen a la esfera cotidiana, y no sabemos cómo actúan en realidad. Por eso
es interesante que planteemos aquí una analogía sustituyendo las entelequias
zoológicas por procesos y objetos conocidos por todos. La mente sólo puede
juzgar lo que realmente conoce.
La pregunta que proponemos aquí es, por tanto, la siguiente: ¿puede una
bicicleta transformarse mediante modificaciones sucesivas en una moto?
Claro que sí, responderán algunos. Probablemente, así se construyó la
primera motocicleta, acoplando un pequeño motor de combustión interna en una
bicicleta primitiva, debidamente modificada. Bien... pero esto requiere una
mente pensante y un esfuerzo conscientemente dirigido hacia un objetivo
previamente determinado, siguiendo un plan concreto, con la utilización de
elementos completamente nuevos, no existentes en la bici original, como el
motor y el depósito de combustible. Replanteamos entonces la pregunta: ¿puede
una bicicleta transformarse mediante modificaciones sucesivas aleatorias en una moto? Ésa es otra
cuestión.
Imaginemos una fábrica de bicicletas, en la que potentes y sofisticadas
máquinas-herramientas computerizadas realizan todo el trabajo de montaje de los
vehículos de dos ruedas por pasos sucesivos, ateniéndose rigurosamente a la
compleja programación interna con que los técnicos las han dotado al efecto.
Imaginemos ahora que, por un fallo en esa programación, una de las
máquinas ensambladoras deforma los pedales de toda una tirada de bicicletas,
convirtiéndolos en algo más parecido a las bielas de un cigüeñal. Esta tirada
de bicicletas defectuosas, casi inservibles para el pedaleo, supera
sorprendentemente los rígidos controles de calidad de la fábrica y es aceptada
por los clientes de la marca como una alternativa aceptable a la bici
tradicional, por más que en ésta no haya que hacer esfuerzos sobrehumanos para
pedalear.
Años después de la popularización de este producto, que había seguido
fabricándose con éxito, compartiendo ventajosamente las líneas de montaje con
las bicis de pedales no deformados, otro extraño error de programación provoca
que, a otra tirada completa de estos nuevos modelos, se les embutan las bielas
embrionarias, en cuyo extremo se había acoplado por error un émbolo, en un
curioso cilindro que casualmente encaja a la perfección con ese émbolo, aunque
esto hace definitivamente imposible que se pueda pedalear de forma alguna.
Esta nueva tanda de productos tampoco tiene problemas para superar el
control de calidad de la fábrica, porque todos los encargados están de
vacaciones en ese momento, y consigue a su vez ganarse la aceptación del
público, muy dado a presumir con las novedades del mercado. Tienen que pasar
muchos años más hasta que estas sorprendentes bicis sin pedales, ampliamente
empleadas para fines desconocidos, reciban, por otro error en las máquinas
ensambladoras (habría que hacer revisar esas máquinas), un gran depósito vacío
adosado a la barra superior (donde antes estaba la botellita de agua, tan
refrescante para los ciclistas), que también supera los controles y es aceptada
por el público, cautivado por sus formas curvilíneas y sugerentes.
Y así, en oleadas sucesivas de productos defectuosos, separados entre sí
por generaciones enteras de usuarios adictos a las novedades e inasequibles al
desaliento, estos van viendo cómo el cigüeñal primitivo se recubre con un
cárter rudimentario que muchos años después se llena de aceite por casualidad;
ven cómo el depósito misterioso se conecta mediante un tubo fortuito al
cilindro, a través de un carburador providencial (¡y se llena de combustible!);
ven cómo en el extremo superior del cilindro se instala por error una bujía con
todo su sistema eléctrico, y comprueban alborozados, cientos de años (y miles de
piezas añadidas) después que el producto final sí tiene muchas ventajas efectivas sobre la bicicleta original, y
que ha merecido la pena esperar, comprando todos los productos intermedios,
generación tras generación, aunque no sirvieran para nada. Sólo tenía un
problema la nueva motocicleta: con la combustión interna, el cilindro se
calentaba enormemente, y acababa estallando. Miles de usuarios desprevenidos
murieron por esta causa, o sufrieron graves lesiones, pero, afortunadamente, al
cabo de no demasiadas generaciones, otro venturoso error de fabricación
convirtió los cilindros lisos en otros estriados que disipaban mejor el calor,
y así la moto se convirtió al fin, por casualidad, en un medio de transporte
seguro.
Si alguien nos asegurara que ésta era la historia verídica del
desarrollo de la motocicleta, nos reiríamos, o nos ofenderíamos tal vez,
pensando que nos tomaban por tontos. Pero cuando nos largan la monserga del
“descenso con modificaciones”, como explicación nada menos que del origen y la
diversidad de las especies vivientes, asentimos embobados y ponemos cara de
mucho entendimiento, sin darnos cuenta de que ésta es aún mucho más grotesca
que la anterior. Si una es una tomadura de pelo, la otra lo es más. El ADN es
mucho más complicado que cualquier programación mecánica, y sus “controles de
calidad” y autocorrección, mucho más eficaces que los de ninguna fábrica (y
allí nadie se va de vacaciones). Tan difícil es que unos pedales se conviertan
en bielas y cigüeñal, como que una escama de reptil lo haga en una pluma de
pájaro, y tan imposible es que la botella de agua adosada a la barra de una
bicicleta adopte la forma de un depósito de gasolina por un error de
fabricación como que el sistema respiratorio bronquial de un reptil se
transforme sin motivo en el asombroso sistema respiratorio circular de las
aves, que nada tiene que ver con aquél. En todos los casos, los pasos
intermedios (miles de ellos requeridos para una metamorfosis de ese tipo)
serían inviables, y no tendrían la más mínima posibilidad de supervivencia[1]. El
problema es que, mientras en la jocosa historia de la bicicleta mutante esto
nos parece obvio, porque es un objeto cotidiano cuyo funcionamiento y cuyas
limitaciones conocemos perfectamente, en el caso de los seres vivos (que son
“algo” más complejos) nos lo tragamos sin problemas, porque no logramos
hacernos una idea cabal de las barreras insalvables que habría que traspasar.
Claro, que si hubiéramos descrito la evolución
de la moto en lenguaje “científico”...
En determinadas condiciones, la
bicicleta desarrolla, a partir de uno de sus pedales, una incipiente biela con
émbolo, que pronto será recubierta por un cilindro, incorporando el cárter con
aceite en una posterior etapa evolutiva. Paralelamente, derivado de la botella
auxiliar (según la hipótesis comúnmente aceptada), hace su aparición el
depósito de combustible, que no tardará en conectarse a la cámara de combustión
a través de un conducto flexible dotado de un primitivo carburador en su
extremo. A lo largo de la evolución de esta máquina, van surgiendo
paulatinamente, como respuesta a la presión del entorno, las piezas requeridas
para el funcionamiento del poderoso motor de combustión interna (la bujía, la
dinamo, el embrague), gracias al cual el nuevo vehículo competirá ventajosamente
con sus parientes de pedales movidos por simple fuerza muscular. Sólo las
motocicletas mejor adaptadas logran sobrevivir en las duras condiciones que
impone el hostil ecosistema urbano, y así, las motos de cilindro liso,
sometidas a frecuentes recalentamientos, van dejando paso a los nuevos
vehículos dotados de cilindros estriados, capaces de alcanzar grandes
velocidades sin peligro de ignición externa. De este tronco común se separarán
progresivamente la moto de carreras, la moto todoterreno y la moto con sidecar,
cada una de ellas adaptada a una función específica que modificará su
apariencia exterior, sin que ello haga desaparecer las homologías
estructurales, prueba insoslayable de su desarrollo evolutivo a partir de un
ancestro común.
...A lo mejor sí nos lo
habríamos creído.
* * *
Anexo: El hallazgo del eslabón
perdido entre la bicicleta y la moto demuestra sin lugar a dudas su parentesco
evolutivo. Se trata de un aparato híbrido al que se ha bautizado como mountain
bike o “bici de montaña”, el cual,
perteneciendo aún al género de los vehículos movidos por fuerza muscular,
presenta ya claros rasgos que anuncian la aparición de la motocicleta. Además
del cambio de marchas (presente también, como es sabido, en otros tipos superiores
de velocípedo sin motor, como la bici de turismo o la de competición), la mountain
bike cuenta asimismo con amortiguadores,
e incluso con ruedas gruesas provistas de tacos de goma, que le permiten adaptarse
a los entornos rurales más extremos. Este sensacional descubrimiento pone en
serios aprietos a los antievolucionistas, que propugnan el diseño específico,
en lugar del desarrollo espontáneo, como explicación de la asombrosa diversidad
de los vehículos mecánicos.
[1] La
evolución a grandes saltos, o “saltacionismo”, que propuso el alemán Richard
Goldschmidt hace ya bastantes años para obviar el problema de los pasos
intermedios equivaldría aquí a que una línea de montaje de bicicletas
produjera, por una asombrosa serie de errores
coincidentes, una moto perfectamente acabada de una sola vez. Esto es todavía
más ridículo.
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