sábado, 8 de junio de 2013

Bicis y motos

El evolucionismo afirma que las pequeñas modificaciones aleatorias en el código genético pueden ir transformando paulatinamente una especie en otra más aventajada, a través de pasos sucesivos viables. Y nosotros nos lo creemos.
Nos lo creemos porque no tenemos una idea muy clara de qué es y cómo funciona un código genético, y eso de los “pasos sucesivos” no deja de formar parte, de alguna manera, de nuestra cultura audiovisual, después de tantas recreaciones artísticas en las que claramente hemos visto cómo un pez se transforma en reptil y luego en mamífero de una forma muy convincente. Son conceptos difusos y lejanos que damos por buenos porque no pertenecen a la esfera cotidiana, y no sabemos cómo actúan en realidad. Por eso es interesante que planteemos aquí una analogía sustituyendo las entelequias zoológicas por procesos y objetos conocidos por todos. La mente sólo puede juzgar lo que realmente conoce.
La pregunta que proponemos aquí es, por tanto, la siguiente: ¿puede una bicicleta transformarse mediante modificaciones sucesivas en una moto?
Claro que sí, responderán algunos. Probablemente, así se construyó la primera motocicleta, acoplando un pequeño motor de combustión interna en una bicicleta primitiva, debidamente modificada. Bien... pero esto requiere una mente pensante y un esfuerzo conscientemente dirigido hacia un objetivo previamente determinado, siguiendo un plan concreto, con la utilización de elementos completamente nuevos, no existentes en la bici original, como el motor y el depósito de combustible. Replanteamos entonces la pregunta: ¿puede una bicicleta transformarse mediante modificaciones sucesivas aleatorias en una moto? Ésa es otra cuestión.
Imaginemos una fábrica de bicicletas, en la que potentes y sofisticadas máquinas-herramientas computerizadas realizan todo el trabajo de montaje de los vehículos de dos ruedas por pasos sucesivos, ateniéndose rigurosamente a la compleja programación interna con que los técnicos las han dotado al efecto.
Imaginemos ahora que, por un fallo en esa programación, una de las máquinas ensambladoras deforma los pedales de toda una tirada de bicicletas, convirtiéndolos en algo más parecido a las bielas de un cigüeñal. Esta tirada de bicicletas defectuosas, casi inservibles para el pedaleo, supera sorprendentemente los rígidos controles de calidad de la fábrica y es aceptada por los clientes de la marca como una alternativa aceptable a la bici tradicional, por más que en ésta no haya que hacer esfuerzos sobrehumanos para pedalear.
Años después de la popularización de este producto, que había seguido fabricándose con éxito, compartiendo ventajosamente las líneas de montaje con las bicis de pedales no deformados, otro extraño error de programación provoca que, a otra tirada completa de estos nuevos modelos, se les embutan las bielas embrionarias, en cuyo extremo se había acoplado por error un émbolo, en un curioso cilindro que casualmente encaja a la perfección con ese émbolo, aunque esto hace definitivamente imposible que se pueda pedalear de forma alguna.
Esta nueva tanda de productos tampoco tiene problemas para superar el control de calidad de la fábrica, porque todos los encargados están de vacaciones en ese momento, y consigue a su vez ganarse la aceptación del público, muy dado a presumir con las novedades del mercado. Tienen que pasar muchos años más hasta que estas sorprendentes bicis sin pedales, ampliamente empleadas para fines desconocidos, reciban, por otro error en las máquinas ensambladoras (habría que hacer revisar esas máquinas), un gran depósito vacío adosado a la barra superior (donde antes estaba la botellita de agua, tan refrescante para los ciclistas), que también supera los controles y es aceptada por el público, cautivado por sus formas curvilíneas y sugerentes.
Y así, en oleadas sucesivas de productos defectuosos, separados entre sí por generaciones enteras de usuarios adictos a las novedades e inasequibles al desaliento, estos van viendo cómo el cigüeñal primitivo se recubre con un cárter rudimentario que muchos años después se llena de aceite por casualidad; ven cómo el depósito misterioso se conecta mediante un tubo fortuito al cilindro, a través de un carburador providencial (¡y se llena de combustible!); ven cómo en el extremo superior del cilindro se instala por error una bujía con todo su sistema eléctrico, y comprueban alborozados, cientos de años (y miles de piezas añadidas) después que el producto final tiene muchas ventajas efectivas sobre la bicicleta original, y que ha merecido la pena esperar, comprando todos los productos intermedios, generación tras generación, aunque no sirvieran para nada. Sólo tenía un problema la nueva motocicleta: con la combustión interna, el cilindro se calentaba enormemente, y acababa estallando. Miles de usuarios desprevenidos murieron por esta causa, o sufrieron graves lesiones, pero, afortunadamente, al cabo de no demasiadas generaciones, otro venturoso error de fabricación convirtió los cilindros lisos en otros estriados que disipaban mejor el calor, y así la moto se convirtió al fin, por casualidad, en un medio de transporte seguro.
Si alguien nos asegurara que ésta era la historia verídica del desarrollo de la motocicleta, nos reiríamos, o nos ofenderíamos tal vez, pensando que nos tomaban por tontos. Pero cuando nos largan la monserga del “descenso con modificaciones”, como explicación nada menos que del origen y la diversidad de las especies vivientes, asentimos embobados y ponemos cara de mucho entendimiento, sin darnos cuenta de que ésta es aún mucho más grotesca que la anterior. Si una es una tomadura de pelo, la otra lo es más. El ADN es mucho más complicado que cualquier programación mecánica, y sus “controles de calidad” y autocorrección, mucho más eficaces que los de ninguna fábrica (y allí nadie se va de vacaciones). Tan difícil es que unos pedales se conviertan en bielas y cigüeñal, como que una escama de reptil lo haga en una pluma de pájaro, y tan imposible es que la botella de agua adosada a la barra de una bicicleta adopte la forma de un depósito de gasolina por un error de fabricación como que el sistema respiratorio bronquial de un reptil se transforme sin motivo en el asombroso sistema respiratorio circular de las aves, que nada tiene que ver con aquél. En todos los casos, los pasos intermedios (miles de ellos requeridos para una metamorfosis de ese tipo) serían inviables, y no tendrían la más mínima posibilidad de supervivencia[1]. El problema es que, mientras en la jocosa historia de la bicicleta mutante esto nos parece obvio, porque es un objeto cotidiano cuyo funcionamiento y cuyas limitaciones conocemos perfectamente, en el caso de los seres vivos (que son “algo” más complejos) nos lo tragamos sin problemas, porque no logramos hacernos una idea cabal de las barreras insalvables que habría que traspasar.
Claro, que si hubiéramos descrito la evolución de la moto en lenguaje “científico”...
En determinadas condiciones, la bicicleta desarrolla, a partir de uno de sus pedales, una incipiente biela con émbolo, que pronto será recubierta por un cilindro, incorporando el cárter con aceite en una posterior etapa evolutiva. Paralelamente, derivado de la botella auxiliar (según la hipótesis comúnmente aceptada), hace su aparición el depósito de combustible, que no tardará en conectarse a la cámara de combustión a través de un conducto flexible dotado de un primitivo carburador en su extremo. A lo largo de la evolución de esta máquina, van surgiendo paulatinamente, como respuesta a la presión del entorno, las piezas requeridas para el funcionamiento del poderoso motor de combustión interna (la bujía, la dinamo, el embrague), gracias al cual el nuevo vehículo competirá ventajosamente con sus parientes de pedales movidos por simple fuerza muscular. Sólo las motocicletas mejor adaptadas logran sobrevivir en las duras condiciones que impone el hostil ecosistema urbano, y así, las motos de cilindro liso, sometidas a frecuentes recalentamientos, van dejando paso a los nuevos vehículos dotados de cilindros estriados, capaces de alcanzar grandes velocidades sin peligro de ignición externa. De este tronco común se separarán progresivamente la moto de carreras, la moto todoterreno y la moto con sidecar, cada una de ellas adaptada a una función específica que modificará su apariencia exterior, sin que ello haga desaparecer las homologías estructurales, prueba insoslayable de su desarrollo evolutivo a partir de un ancestro común.
...A lo mejor nos lo habríamos creído.
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Anexo: El hallazgo del eslabón perdido entre la bicicleta y la moto demuestra sin lugar a dudas su parentesco evolutivo. Se trata de un aparato híbrido al que se ha bautizado como mountain bike o “bici de montaña”, el cual, perteneciendo aún al género de los vehículos movidos por fuerza muscular, presenta ya claros rasgos que anuncian la aparición de la motocicleta. Además del cambio de marchas (presente también, como es sabido, en otros tipos superiores de velocípedo sin motor, como la bici de turismo o la de competición), la mountain bike cuenta asimismo con amortiguadores, e incluso con ruedas gruesas provistas de tacos de goma, que le permiten adaptarse a los entornos rurales más extremos. Este sensacional descubrimiento pone en serios aprietos a los antievolucionistas, que propugnan el diseño específico, en lugar del desarrollo espontáneo, como explicación de la asombrosa diversidad de los vehículos mecánicos.




[1] La evolución a grandes saltos, o “saltacionismo”, que propuso el alemán Richard Goldschmidt hace ya bastantes años para obviar el problema de los pasos intermedios equivaldría aquí a que una línea de montaje de bicicletas produjera, por una asombrosa serie de errores coincidentes, una moto perfectamente acabada de una sola vez. Esto es todavía más ridículo.

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